El vínculo con uno mismo es el espacio fundante para muchos éxitos y fracasos. Es allí donde se dan las grandes batallas de la vida y especialmente en el mundo de los negocios, es allí donde aparecen nuestros dragones, nuestros héroes, el primer jefe, el equipo al que pertenecimos y que tanto disfrutamos o que tanto sufrimos.

A veces no nos damos cuenta y no logramos sacar el mejor y mayor provecho de nosotros mismos. Quién tiene más que ver con mis éxitos y fracasos sino yo misma, mismo, con mis inquietudes, penas, dolores, miserias y alegrías.

Muchas veces asistimos a los mejores emprendimientos e intenciones y a muchas precariedad inocente y ciega en la forma de abordar el encuentro con el otro.

Así transitamos el mundo de las organizaciones poniendo toda nuestra rigurosidad técnica y de ejecución de negocio como así nuestra humanidad, que se despliega inocente, impávida y evidente ante los ojos de los demás aunque los propios ojos no logren verla.

Es allí donde intentamos poner nuestro granito en la arena de la transformación profesional y organizacional. El atreverse a darse cuenta de la mano y con el acompañamiento sutil, compasivo, hábil, riguroso técnicamente y sensible y flexible humana y emoci0nalmente constituye lo menos que podemos hacer quienes hacemos de nuestro encuentro con los otros nuestra profesión.